jueves, 28 de mayo de 2009

Apuntes¡¡¡

Une saison en enfer (1)

Hoy le dedicó este post a Arthur Rimbaud, el poeta maldito por excelencia. Uno de los escritores más grandes que ha dado la humanidad. Mucho se ha dicho de él: “un místico en estado salvaje”, bohemio, sucio, borracho, homosexual, rebelde, anarquizante. Un hombre para el que el único Dios que existía se llamaba Baudelaire. Un poeta que publicó su único libro a los 19 años y tuvo una tirada de 500 ejemplares. Un hombre que murió a los 37 años y abandono las letras prematuramente. Rimbaud con su ritmo sacudido y su precipitada sintaxis como si quisiera decirnos todo atropelladamente es el fatal ejemplo del vivir por la poesía, de vivir la poesía, de ser la poesía.

Verlaine escribió sobre él:

Mortel, ange et démon,
Autant dire Rimbaud.

Apreciemos sin vértigo la extensión de mi inocencia.

Jacques Riviere sobre Rimbaud.

Rimbaud comienza por la cólera y por la injuria… es lo que debemos soportar si queremos acercarnos a él.

El odio y la rebeldía que tiene Rimbaud hacía el mundo, hacia todos está fundado en un desprecio completo hacía la condición humana, mientras que la Bohemia pretende derribar todo lo artificial que hay en la vida, para Rimbaud la vida es insoportable. Lo insoportable está en todo. Vivir, ese es el horror. Soportar, admitir, durar; he ahí lo que no puede hacerse sin vergüenza, sin execración, sin venganza. Hay algo que nos aferra la garganta, que nos ahoga. La existencia rabiosa; la cólera en la sangre. Hay una imposibilidad real y como agresiva, de estar en el mundo.

En la edición de Visor Madrid hay un prólogo de Jacques Riviere dividido en dos capítulos, en el primero de manera muy interesante Riviere habla sobre esa personalidad casi demoníaca de Rimbaud, un hombre dispuesto a la injuria y con un odio puro hacía toda la humanidad, pero en el segundo capitulo Riviere intenta “redimir” a Rimbaud, alegando que su odio es un “misterioso privilegio” que lo coloca en una posición casi angelical “no está al nivel de nuestras vidas”, Riviere también dice que Rimbaud no tolera la fatalidad de dicha que tienen todos los seres humanos, pero hay algo en sus palabras que me indica que quiere llevar esas características de Rimbaud a un rumbo al que definitivamente no pertenecen. Los hombres como Rimbaud no necesitan ser redimidos.

Una noche senté a la belleza en mis rodillas
Y la encontré amarga. Y la injurié.
Me arme contra la justicia.

Y la primavera me trajo la horrenda risa del idiota.

Juicio estrecho.

Oh todos los vicios, cólera lujuria, - magnífica la lujuria;-
Y sobre todo mentira y pereza.

Me horrorizan todos los oficios. Me exaspera la honradez de la mendicidad.
Es indudable que siempre he sido raza inferior. No comprendo la rebeldía. MI raza sólo se sublevo para saquear: como los lobos al animal que no mataron.

-Estoy sentado, leproso, sobre tiestos y ortigas, al pie de un muro roído por el sol.-

Nunca me veo en los consejos de Cristo; ni en los consejos de los Señores - representantes de Cristo.

La ciencia ¡la nueva nobleza¡ El progreso. El mundo marcha. ¿Por qué no habría de girar?
Es la visión de los números. Vamos hacía el espíritu. Lo que digo es muy cierto, es oráculo. Comprendo e incapaz de explicarme sin palabras paganas, quisiera enmudecer.

Cuando lees temporada en el Infierno sientes un poco esa incapacidad de permanecer en este mundo lleno de falsedades y de hipocresías. Rimbaud tenía una sensibilidad casi extrema de mirar todas esas incongruencias que son la base de todo lo que somos. Por eso las desprecia por eso él se convierte en todo lo que nosotros hemos satanizado, es su manera de decir que él no pertenece a esa serie de falacias hipócritas que hemos creado a nuestro alrededor para sentirnos un poco menos basura. Rimbaud ve sólo dos maneras de ser: la que se contrae bajo las buenas costumbres que no son más que una mascara y la otra la de ser autentico y negar todas las hipocresías sobre las que estamos basados. Él se da cuenta que la única manera de no ser eso que desprecia es así, despreciarlo, injuriarlo, hacerlo ver con sus ofensas: falso, vació y pestilente como es.

Jamás pertenecí a este pueblo; nunca he sido cristiano; pertenezco a la raza que cantaba en el suplicio; no comprendo las leyes; carezco de sentido moral; soy una bestia; estáis equivocados…

Sí, tengo los ojos cerrados a vuestra luz. Soy una bestia, un negro. Pero puedo ser malvado. Vosotros sois falsos negros, vosotros: maniáticos, feroces, avaros.

Este pueblo se inspira en la fiebre y en el cáncer.
Me precipitaré en la nada.

sábado, 23 de mayo de 2009

Apuntes¡¡¡

El libro por venir, Maurice Blanchot. (1)

El libro por venir reúne las críticas literarias que Maurice Blanchot escribió para la Neuvelle Revue Francaise entre los años 1953 y 1958. Todos ellos están destinados al insensato juego de escribir y a la exploración de los que Blanchot llamará el espacio literario, lugar (o no lugar) de apertura construido por el proceso mismo de la obra, la reflexión y la autobiografía.

Analogía entre el canto de las sirenas y el relato,
Blanchot compara el canto de las sirenas inhumano e imaginario pero humano porque es como el hombre con el relato, los dos abren en cada palabra un abismo que invita poderosamente a desaparecer en él.

El canto de las sirenas, un canto inhumano que atrae al hombre cuando este lo escucha pero que cuando va en su búsqueda desaparece. El canto da al hombre la sensación de querer sucumbir. Desesperación próxima a la fascinación. El hombre se sentía atraído por un canto que era el mismo del hombre pero con una belleza que reflejaba lo femenino. Imaginario, real, común secreto, simple y cotidiano.

Canto del abismo que, una vez oído, abría en cada palabra un abismo e invitaba poderosamente a desaparecer en él.

Navegantes-Lectores-Autores. Hombres del riesgo y del movimiento intrépido.

Canto-Relato: Una distancia, y lo que revelaba era la posibilidad de recorrer esa distancia, de convertir el canto en el movimiento hacía el canto y dicho movimiento en la expresión del mayor deseo.

Se había ido más allá de la meta; el encantamiento, con una promesa enigmática, exponía a los hombres a ser infieles a sí mismo, a su canto humano e incluso a la esencia del canto, despertando la esperanza de un más allá maravilloso, y dicho más allá no representaba sino un desierto, como si la región madre de la música hubiese sido el único lugar totalmente privado de música, un lugar de aridez y sequía donde el silencio, lo mismo que el ruido, quemaba, en aquel que hubiese tenido disposición para ello, cualquier vía de acceso al canto. En este párrafo se ven las primeras nociones de la idea que después Blanchot desarrollaría del afuera ese desierto privado totalmente de música.

Goce cobarde, mediocre y tranquilo. Sin riesgos y sin aceptar sus consecuencias. –sobre el cómo NO escuchar el canto de las sirenas (relato)

El poder de la técnica que siempre pretenderá jugar sin riesgo con las fuerzas irreales.
Navegación afortunada, desafortunada que es la del relato.

Sobre la novela y el relato.

Para Blanchot el relato surge de una oscura lucha entablada entre cualquier relato y el encuentro de las sirenas, ese canto enigmático que es poderoso debido a su defecto (que no es). En la novela dice Blanchot lo que está en primer plano es la navegación previa, aquella que conduce al punto de encuentro. Dicha navegación es una historia totalmente humana, está ligada a las pasiones de los hombres.

Excluir cualquier alusión a una meta o destino dice Blanchot es la única condición que se le da a los navegantes. Silencio, discreción, olvido. Ir como al azar y para huir de cualquier meta con un movimiento de inquietud que se transforma en distracción dichosa, está ha sido su primara y más dichosa justificación.

La modesta predestinación, el deseo de no pretender nada ni conducir a nada vuelven a la novela irreprochable.. El relato no es la narración del acontecimiento sino el acontecimiento mismo, el aproximarse de ese acontecimiento, el lugar donde éste está llamado a producirse, acontecimiento todavía por venir y gracias a cuya fuerza de atracción el relato puede esperar, él también, realizarse. Entonces según Blanchot el relato es insinuación.

El relato es movimiento hacía un punto no sólo desconocido, ignorado, extraño sino que parece no tener, de antemano y fuera de dicho movimiento, ningún tipo de realidad, pero tan imperioso, sin embargo, que de él sólo saca el relato su atractivo; de manera que este ni siquiera pude comenzar antes de haberlo alcanzado, pero, no obstante, el relato y el movimiento imprevisible del relato son los únicos que proporcionan el espacio donde el punto se torna real, poderoso y atractivo. El relato es el movimiento hacía algo que parece no real o que aun no lo es, y es sin embargo el relato el que le da esa realidad al movimiento, es la insinuación de que será real o es real.

Entre más leo más me doy cuenta de todo lo que me falta por leer.

Éste no relata más que a sí mismo, y este relato, al mismo tiempo que se hace, produce lo que cuenta; no es posible como narración más que si realiza lo que ocurre en dicha relación, pues entonces detenta el punto o el plano en donde la realidad que el relato describe puede unirse constantemente con su realidad (autor) en tanto que relato, garantizarla y hallar en ella su garantía.

El libro es la unión entre un mundo irreal y el real, entre el autor y su personaje, entre Ulises y las Sirenas. El relato se ayuda del tiempo, ese otro tiempo que es el paso entre lo imaginario y lo real. Ese poco a poco pero de inmediato imaginario, canto enigmático, que siempre está a distancia y que designa a está distancia como un espacio que hay que recorrer y el lugar a donde conduce como el punto donde cantar dejará de ser una añagaza. El relato quiere disolver dicho espacio y lo que lo mueve es la transformación que, al ejercerse en todas direcciones transforma poderosamente al que escribe. Pero no por ello deja de transformar al relato mismo así como todo lo que está en juego en el relato en donde, en un sentido, no ocurre nada salvo ese paso mismo.

Impresiones reales. Visiones. La ambigüedad del tiempo.
El relato cuenta un acontecimiento que sucede en tiempo presente pero que sin embargo logra destruir el tiempo presente y se convierte en la apertura de ese movimiento infinito que es el encuentro mismo, el cual siempre está separado del lugar y del momento en que este se afirma, pues él es la separación misma, esa distancia imaginaria en la que se realiza la ausencia, y sólo al termino de la cual el acontecimiento comienza a tener lugar, punto en el que se cumple la verdad propia del encuentro, del cual, en todo caso, querría nacer la palabra que lo pronuncia.

jueves, 21 de mayo de 2009

Apuntes¡¡¡

Sobre La ausencia del libro de Foucault (1).

Si /somos/ giros, repliegues, torbellinos de un
lenguaje hecho de vacíos, de vacíos lanzados sobre otro vacío
impenetrable; si somos la ausencia, la no–presencia, la falta de
centro, de sentido que nos otorgue sentido desde afuera, porque el
afuera es, precisamente, el no–sentido, lo inencerrable; entonces
podemos recoger pacientemente los hilos de un escrito en el cual
/somos/ puntos, comas, esparcimiento, “diseminación”. Nom-
brarlo es apoderarse de aquello que escapa por esencia, que no se deja
apresar por esencia, que es lo impensable, lo no–dominable: cuando
lo apresamos o lo tenemos ya no es, ha dado un paso atrás y el
algo que queda es otro límite a vencer: la presencia del afuera es
ausencia, es lo posible y, a la vez, lo imposible. El texto, el
lenguaje, es un mar sin fin, y el sujeto, el Nombre, el Autor, es
una gota de ese mar, lo que podría llamarse una gota, esa inexis-
tencia, esa masa que nunca, que siempre desaparece para volver a
armarse idéntica y distinta: su consistencia siempre está más acá
del sentido, es neutra, anónima, y así debe ser para que la fuerza
/la escritura/ sea.

“La obra implica la desaparición elocutoria
del poeta, que cede la iniciativa a las palabras” Mallarmé.

Por eso escribir implica convertirse en vacio, en el afuera, porque el yo cede su lugar al él. Al afuera. El afuera es lo que no se puede encerrar, sólo se puede apropiar de él atraves de las letras porque entonces lo remiten.

“El poeta desaparece bajo la presión de la obra por el mismo movi-
miento que hace desaparecer a la realidad natural”. Siempre las
obras dicen lo mismo: no se refieren a nada que esté más allí de sí
mismo, dicen el lenguaje, la materia, el es, y por eso, por perte-
necer a un mismo espacio, el “tema” le es ajeno, puede tratarse de
una batalla o de una iglesia vista de noche, de un campo de
girasoles o de líneas... Si el sujeto desaparece como substancia,
como hemos visto, su caída arrastra toda la constelación del
dominio logocéntrico: no se trata sólo de la caída del sujeto (yo o
alma) sino de la caída de la presencia como tal: en última ins-
tancia Dios, y, aquí, de ese dios a quien se llama “autor”. “Un
sujeto que fuera el origen absoluto de su propio discurso y lo
construyera en todas sus piezas sería el creador del verbo, el verbo
mismo” (Derrida),

“Todo texto, lejos de vincularse con una
‘verdad’ eterna o con una subjetividad creadora, remite a su situa-
ción histórica con relación a otros textos” (P. Sollers), “El ‘sujeto’
de la escritura no existe, si por él entendemos cierta soledad
soberana del escritor. El sujeto de la escritura es un sistema de
relaciones entre las capas...” (Derrida).

Al señalar la desaparición
del autor se niega la presencia de la obra, originariamente, en un
sujeto–autor que la habría representado /comunicado/ en un texto,
siendo este texto segundo en relación al original–mental donde
existiría como presencia. Pero si no hay un pre–texto, un texto
presente en una mente y luego su degradación en el papel...
entonces ¿qué sentido tiene hablar de autor, salvo como un pu-
ñado de músculos? Cuando se habla de autor se habla, en rea-
lidad, de un dueño originario del sentido de la obra. Pero la obra
rechaza su apropiación, su “autor”, como un rayo o un trozo de
hierro.

Según Hegel “El ser verdadero del Hombre es su Acción”.
Al comentar esta afirmación Kojeve añade que el hombre “es el
resultado objetivo de su Acción. Ahora bien, el resultado de la
Acción del Sabio, vale decir del Hombre integral y perfecto, quien
es la culminación del devenir de la realidad humana, es la Ciencia.
Pero la existencia empírica de la Ciencia no es el Hombre, es el
Libro. No es el Hombre ni el Sabio en carne y hueso, es el Libro
la aparición de la Ciencia en el Mundo, siendo esta aparición el
Saber absoluto”.

el Libro
es la Fenomenología del Espíritu y la Lógica

El fruto
de la acción del hombre es imperfecto, se realiza en el tiempo, es
el tiempo, mientras que la acción del Sabio es perfecta, no tiene
porvenir, no es un acontecimiento histórico, de allí que “la exis-
tencia–empírica de la Ciencia en el Mundo sea el Libro y no el
Hombre”. El Libro, incluso cambiando, “es idéntico a sí mismo.
El Tiempo donde dura es, así, natural o cósmico, pero no es
histórico o humano”, y agrega Kojeve: “realizar el Saber absoluto
bajo la forma de Libro, vale decir, hacer coincidir el Concepto
integral con lo Real comprendido en su totalidad, vale decir anular
la diferencia entre lo Real y el Tiempo, y así suprimir incluso la
exterioridad del Tiempo en relación al Hombre, es sup imir el r
Tiempo, y es, por consiguiente, suprimir al Hombre en tanto que
individuo libre y temporal”.

“Pero el Libro es el resultado de la
actividad del Sabio, quien en tanto que Hombre y ciudadano del
Estado perfecto, integra toda la evolución histórica de la
humanidad. Así esta historia no es sino la historia del Libro, o,
más exactamente, de la evolución del Saber que lleva al Libro”;
“La Acción del Sabio, vale decir de la Ciencia, se separa del
hombre y pasa al Libro. El soporte material del ‘movimiento’
perpetuo del Concepto es en adelante el Libro que se llama
‘Lógica’: este Libro (‘Biblia’) es el Logos eterno encarnado”. Para
confirmar toda su interpretación, Kojeve concluye: al ser necesario
que la palabra del Sabio se reconozca universalmente, “es evidente
que este ‘reconocimiento’ sólo puede obtenerse mediante la
publicación de un libro. Pero al existir bajo la forma de libro la
Ciencia se separa efectivamente de su autor, vale decir del Sabio o.
del Hombre”.

La Obra mallarmeana es la suplantación de dios: nunca es
la totalidad pero presupone la totalidad, de allí la ausencia. Derrida
ha señalado, respecto a Mallarmé (¿a todo libro? ) que el texto, el
libro, el ‘Mimo’, “no representa nada, no imita nada, no tiene que
adecuarse a un referente anterior en un proyecto de adecuación o
verosimilitud”, lo que instaura el libro —en un corte radical con el
platonismo— es “una diferencia sin referencia, o, más bien, una
referencia sin referente, sin unidad primera o última, fantasma que
no es el fantasma de ninguna carne, errante, sin pasado, sin
muerte, sin nacimiento, sin presencia”. El Libro como presencia,
como suma o Saber absoluto (Biblia), es de esencia teológica
(podríamos denominarlo Dios). La ausencia de Libro (o de Obra)
sería el otro extremo. Mallarmé, al designar la obra como anónima,
al suprimir el nombre propio, abre un nuevo espacio en la consi-
deración de la Obra y del Libro: la Obra ya no se vincula a su
realización sino a su desastre (“la destrucción fue mi Beatriz”),
pero, añade Blanchot, “el desastre aún es, sin embargo, afirmación
del absoluto”.

El libro es ausencia porque siempre va en camino a la ausencia de Dios, de libro
De obra, de idea, de totalidad, siempre va en dirección a lo desconocido

Por qué el libro es imposible?
El libro implica el Libro y la
ausencia, la imposibilidad absoluta, del Libro; así la obra
implica la ausencia de Obra, el hombre la ausencia de Hombre: todo
ello actualizado, ya, la ausencia de Libro devora el libro: todos los li-
bros presuponen el Libro, ese Libro escrito, esa escritura que desde el
/comienzo/ al /fin/ es el hombre, pero este Libro (que se auto–escribe
en cada palabra, en cada gesto) es siempre la ausencia de Libro, por
más perfecto e inmenso que sea siempre está limitado, tocado, por el
afuera, y el afuera, eternamente–infinito, no es el Libro, pero hacia
allí (el desastre) marchan todos los libros, incluso si todos los
libros pudieran llamarse el Libro.

La ausencia es no aceptar lo que es, lo que está. Lo que ha sido construido por otros. La ausencia es seguir el circulo, no cerrarlo, negar el saber absoluto. Dios.
Cerrarlo, cerrar la Obra o el
Libro, sería cerrar el círculo y aceptar el fin, sería aceptar el Saber
absoluto, Dios. No cerrarlo, no darlo por concluso, es aceptar la
ausencia: siempre estamos intercalados, ni un origen ni un fin.

El afuera es todo lo que no es, es la ausencia. El afuera es la neutralidad.
Sistema: es lo opuesto al afuera, es lo que ES. Dios, logos, gramatica, historia, tiempo.
Estamos pervertidos por la posesión /la propiedad/; por eso el esfuerzo de
la desposesión, que exige la muerte, el gesto soberano del riesgo, la
locura del instalarse en los límites, es rechazado por la clausura de
este Logos petrificado.
El Logos para Foucault es lo que instaura el sistema. El que lo sostiene. La religión, la filosofía, la política son parte del logos.

Apuntes¡¡¡

Sobre Apuntes del Afuera.

Apuntes del afuera es un descubrimiento. Es la mirada impavida que se topa con un descubrimiento infinito y liberador.
Es la busqueda de la ausencia, del afuera. De lo que no es. Es la fiel creencia de que los libros, lo escrito es el único camino. Es un terreno sobre el que se van construyendo los cimientos de algo que es más allá del tiempo.
Apuntes del Afuera son preguntas, curiosidad, pasmo, duda, negación, ausencia, verdad. Es resistencia a pensar que todo está hecho. Es resistencia a cerrar el circulo.
Apuntes del afuera son letras, ideas. Nombres. Nietszche Woolf Foucault Proust Joyce Bataille Mallarmé Kossowsky Artaud Bataille Sade Igitur Schlegel Holderlin Rimbaud Blanchot Emmanuel Lévinas Derrida Walser Ielson Roland Barthes Vila Matas Paul Celan Rene Char Scott Fitzgerald Kojeve Widdenberg. Pero no es ellos sino su acción objetiva. Lo que es más allá del tiempo. Más allá del hombre. Sus libros...