jueves, 21 de mayo de 2009

Apuntes¡¡¡

Sobre La ausencia del libro de Foucault (1).

Si /somos/ giros, repliegues, torbellinos de un
lenguaje hecho de vacíos, de vacíos lanzados sobre otro vacío
impenetrable; si somos la ausencia, la no–presencia, la falta de
centro, de sentido que nos otorgue sentido desde afuera, porque el
afuera es, precisamente, el no–sentido, lo inencerrable; entonces
podemos recoger pacientemente los hilos de un escrito en el cual
/somos/ puntos, comas, esparcimiento, “diseminación”. Nom-
brarlo es apoderarse de aquello que escapa por esencia, que no se deja
apresar por esencia, que es lo impensable, lo no–dominable: cuando
lo apresamos o lo tenemos ya no es, ha dado un paso atrás y el
algo que queda es otro límite a vencer: la presencia del afuera es
ausencia, es lo posible y, a la vez, lo imposible. El texto, el
lenguaje, es un mar sin fin, y el sujeto, el Nombre, el Autor, es
una gota de ese mar, lo que podría llamarse una gota, esa inexis-
tencia, esa masa que nunca, que siempre desaparece para volver a
armarse idéntica y distinta: su consistencia siempre está más acá
del sentido, es neutra, anónima, y así debe ser para que la fuerza
/la escritura/ sea.

“La obra implica la desaparición elocutoria
del poeta, que cede la iniciativa a las palabras” Mallarmé.

Por eso escribir implica convertirse en vacio, en el afuera, porque el yo cede su lugar al él. Al afuera. El afuera es lo que no se puede encerrar, sólo se puede apropiar de él atraves de las letras porque entonces lo remiten.

“El poeta desaparece bajo la presión de la obra por el mismo movi-
miento que hace desaparecer a la realidad natural”. Siempre las
obras dicen lo mismo: no se refieren a nada que esté más allí de sí
mismo, dicen el lenguaje, la materia, el es, y por eso, por perte-
necer a un mismo espacio, el “tema” le es ajeno, puede tratarse de
una batalla o de una iglesia vista de noche, de un campo de
girasoles o de líneas... Si el sujeto desaparece como substancia,
como hemos visto, su caída arrastra toda la constelación del
dominio logocéntrico: no se trata sólo de la caída del sujeto (yo o
alma) sino de la caída de la presencia como tal: en última ins-
tancia Dios, y, aquí, de ese dios a quien se llama “autor”. “Un
sujeto que fuera el origen absoluto de su propio discurso y lo
construyera en todas sus piezas sería el creador del verbo, el verbo
mismo” (Derrida),

“Todo texto, lejos de vincularse con una
‘verdad’ eterna o con una subjetividad creadora, remite a su situa-
ción histórica con relación a otros textos” (P. Sollers), “El ‘sujeto’
de la escritura no existe, si por él entendemos cierta soledad
soberana del escritor. El sujeto de la escritura es un sistema de
relaciones entre las capas...” (Derrida).

Al señalar la desaparición
del autor se niega la presencia de la obra, originariamente, en un
sujeto–autor que la habría representado /comunicado/ en un texto,
siendo este texto segundo en relación al original–mental donde
existiría como presencia. Pero si no hay un pre–texto, un texto
presente en una mente y luego su degradación en el papel...
entonces ¿qué sentido tiene hablar de autor, salvo como un pu-
ñado de músculos? Cuando se habla de autor se habla, en rea-
lidad, de un dueño originario del sentido de la obra. Pero la obra
rechaza su apropiación, su “autor”, como un rayo o un trozo de
hierro.

Según Hegel “El ser verdadero del Hombre es su Acción”.
Al comentar esta afirmación Kojeve añade que el hombre “es el
resultado objetivo de su Acción. Ahora bien, el resultado de la
Acción del Sabio, vale decir del Hombre integral y perfecto, quien
es la culminación del devenir de la realidad humana, es la Ciencia.
Pero la existencia empírica de la Ciencia no es el Hombre, es el
Libro. No es el Hombre ni el Sabio en carne y hueso, es el Libro
la aparición de la Ciencia en el Mundo, siendo esta aparición el
Saber absoluto”.

el Libro
es la Fenomenología del Espíritu y la Lógica

El fruto
de la acción del hombre es imperfecto, se realiza en el tiempo, es
el tiempo, mientras que la acción del Sabio es perfecta, no tiene
porvenir, no es un acontecimiento histórico, de allí que “la exis-
tencia–empírica de la Ciencia en el Mundo sea el Libro y no el
Hombre”. El Libro, incluso cambiando, “es idéntico a sí mismo.
El Tiempo donde dura es, así, natural o cósmico, pero no es
histórico o humano”, y agrega Kojeve: “realizar el Saber absoluto
bajo la forma de Libro, vale decir, hacer coincidir el Concepto
integral con lo Real comprendido en su totalidad, vale decir anular
la diferencia entre lo Real y el Tiempo, y así suprimir incluso la
exterioridad del Tiempo en relación al Hombre, es sup imir el r
Tiempo, y es, por consiguiente, suprimir al Hombre en tanto que
individuo libre y temporal”.

“Pero el Libro es el resultado de la
actividad del Sabio, quien en tanto que Hombre y ciudadano del
Estado perfecto, integra toda la evolución histórica de la
humanidad. Así esta historia no es sino la historia del Libro, o,
más exactamente, de la evolución del Saber que lleva al Libro”;
“La Acción del Sabio, vale decir de la Ciencia, se separa del
hombre y pasa al Libro. El soporte material del ‘movimiento’
perpetuo del Concepto es en adelante el Libro que se llama
‘Lógica’: este Libro (‘Biblia’) es el Logos eterno encarnado”. Para
confirmar toda su interpretación, Kojeve concluye: al ser necesario
que la palabra del Sabio se reconozca universalmente, “es evidente
que este ‘reconocimiento’ sólo puede obtenerse mediante la
publicación de un libro. Pero al existir bajo la forma de libro la
Ciencia se separa efectivamente de su autor, vale decir del Sabio o.
del Hombre”.

La Obra mallarmeana es la suplantación de dios: nunca es
la totalidad pero presupone la totalidad, de allí la ausencia. Derrida
ha señalado, respecto a Mallarmé (¿a todo libro? ) que el texto, el
libro, el ‘Mimo’, “no representa nada, no imita nada, no tiene que
adecuarse a un referente anterior en un proyecto de adecuación o
verosimilitud”, lo que instaura el libro —en un corte radical con el
platonismo— es “una diferencia sin referencia, o, más bien, una
referencia sin referente, sin unidad primera o última, fantasma que
no es el fantasma de ninguna carne, errante, sin pasado, sin
muerte, sin nacimiento, sin presencia”. El Libro como presencia,
como suma o Saber absoluto (Biblia), es de esencia teológica
(podríamos denominarlo Dios). La ausencia de Libro (o de Obra)
sería el otro extremo. Mallarmé, al designar la obra como anónima,
al suprimir el nombre propio, abre un nuevo espacio en la consi-
deración de la Obra y del Libro: la Obra ya no se vincula a su
realización sino a su desastre (“la destrucción fue mi Beatriz”),
pero, añade Blanchot, “el desastre aún es, sin embargo, afirmación
del absoluto”.

El libro es ausencia porque siempre va en camino a la ausencia de Dios, de libro
De obra, de idea, de totalidad, siempre va en dirección a lo desconocido

Por qué el libro es imposible?
El libro implica el Libro y la
ausencia, la imposibilidad absoluta, del Libro; así la obra
implica la ausencia de Obra, el hombre la ausencia de Hombre: todo
ello actualizado, ya, la ausencia de Libro devora el libro: todos los li-
bros presuponen el Libro, ese Libro escrito, esa escritura que desde el
/comienzo/ al /fin/ es el hombre, pero este Libro (que se auto–escribe
en cada palabra, en cada gesto) es siempre la ausencia de Libro, por
más perfecto e inmenso que sea siempre está limitado, tocado, por el
afuera, y el afuera, eternamente–infinito, no es el Libro, pero hacia
allí (el desastre) marchan todos los libros, incluso si todos los
libros pudieran llamarse el Libro.

La ausencia es no aceptar lo que es, lo que está. Lo que ha sido construido por otros. La ausencia es seguir el circulo, no cerrarlo, negar el saber absoluto. Dios.
Cerrarlo, cerrar la Obra o el
Libro, sería cerrar el círculo y aceptar el fin, sería aceptar el Saber
absoluto, Dios. No cerrarlo, no darlo por concluso, es aceptar la
ausencia: siempre estamos intercalados, ni un origen ni un fin.

El afuera es todo lo que no es, es la ausencia. El afuera es la neutralidad.
Sistema: es lo opuesto al afuera, es lo que ES. Dios, logos, gramatica, historia, tiempo.
Estamos pervertidos por la posesión /la propiedad/; por eso el esfuerzo de
la desposesión, que exige la muerte, el gesto soberano del riesgo, la
locura del instalarse en los límites, es rechazado por la clausura de
este Logos petrificado.
El Logos para Foucault es lo que instaura el sistema. El que lo sostiene. La religión, la filosofía, la política son parte del logos.

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